El 40% de los estudiantes de secundaria en EE.UU. reportaron sentirse constantemente tristes o desesperanzados en 2023 (CDC). ¿Casualidad? No cuando la presión social impone qué se puede decir y qué no. La autocensura se ha convertido en una norma no escrita: hablar con cautela para evitar la «cancelación».
La OMS advierte que 1 de cada 7 jóvenes entre 10 y 19 años padece trastornos mentales, siendo la ansiedad y la depresión las más comunes. El acoso digital, impulsado por la cultura de la cancelación, refuerza esta crisis. Según StopBullying.gov, las víctimas de acoso son más propensas a la depresión y la baja autoestima.
La pregunta es: ¿estamos construyendo sociedades más justas o solo más frágiles? El marketing de masas nos vende la «inclusión» mientras excluye toda disidencia. La polarización extrema destruye el diálogo y genera tribus de pensamiento único.
Si la verdad es incómoda, ¿la solución es silenciarla? Sin debate, no hay evolución. Hoy, la censura no viene de gobiernos, sino de nosotros mismos.
¿Qué hacemos con esto?
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